sábado, 17 de enero de 2009

Sube pero no baja.


“Nadie se explica como suceden estás cosas, menos yo, que narro este hecho fortuito, esos momentos de la vida, que ocurren en pocos segundos, pero te dejan pensando largo rato, recordando cada instante. A veces, te hacen arrepentir, a veces te hacen imaginar”.

No era tarde, como otras veces, sólo esperaba llegar a la universidad para estudiar, tenía un examen sencillo, pero prefería no arriesgar. Desde ese momento ya todo era extraño, no había tránsito como otros días, la calle despejada, los autos circulaban libremente, creo que hasta el cielo tenía un brillo especial.

Cruce la calle, divisé a lo lejos una combi que venía y decidí no perderla, levante la mano -en símbolo de necesitarla- sin saben que empezaría esta rara sensación; me senté en los supuestos asientos prohibidos, cerca de la puerta del vehículo, de donde se le puede ver el rostro a todos los pasajeros, que claro eran pocos, pero muy cerca de mi, casi al frente, a mi mano derecha estaba el motivo de esta historia, estaba ella.

Quizás no le tome mucha importancia al principio, pero pronto llegaría esa sensación -algunos le llaman el hechizo atrapa mortales- para mi, era esa parte que, en las películas, aparece con una canción sensual, y la cámara subiendo de pies a cabeza, como describiéndome el cielo, y manipulando mis emociones, su presencia era única, mujer fatal.

Ella era única, tan seria, miraba hacia el suelo y al frente, a veces daba la sensación de que estaba triste pero no, esos ojos verdes almendrados, tenían algo más, vigilaban mi mirada, se perdían por ahí. Ella era delgada, de piel blanca y cabello castaño, suelto y con un cerquillo, su rostro era delicado, y serio a la vez, no sé si estaba triste, me gustaría saberlo. Su cuerpo era un llamado al deseo, su pecho era perfecto, tan pronunciado y tan excitante, que a cualquiera volvería loco.

Y yo estaba loco, sentado mirándola, pensaba en –cuando baje ese sujeto, me sentaré a su lado- fue el momento que sucedió, mi mirada cruzó con la de ella, y su rostro serio, melancólico, cambió, sus ojos se achinaron un poco, y su provocativa boca sonrió. Sólo atiné, con rostro de bobalicón, a hacer lo mismo, a caer en sus ojos, a mezclarme con su rostro dulce, y su sonrisa linda.

De pronto, entre nuestros jugueteos visuales y medias risas, pareciese que conversáramos de esa manera, y la gente por momentos lo notaba, yo esperaba un momento o una señal, y que el sujeto del lado se fuera, pero ocurrió lo desesperante. De manera sumamente sensual, tomo sus provocativos senos, y los acomodó de una manera excitante, tosió un poco y luego cubrió el escote con su chompa, fue algo no tan rápido pero pareciese haber durado toda una vida.

Fue una sensación extraña, en la que interiormente, en el cuerpo, surgen sensaciones extrañas, que algunos saben explicarlas; la sangre, los latidos, la piel, los ojos y las hormonas, suelen mencionar; pero aunque no lo han sentido, lo deducen, y si lo sintieran le pusieran un nombre, si me dijeran que nombre le pusiera el de ella, si lo supiera.

Llegaba el momento que quería, y no quería a la vez, el sujeto del costado iba a bajar, el lugar era mió, y pensaba en como sería todo, ¿cómo empezar?, con un hola, con alguna broma, o el muy clásico –Disculpa, ¿Tienes hora?, deduje algunas respuestas, positivas, pero para ser yo, no podía faltar lo negativo. Él bajó, y yo me levanté del incómodo asiento, pero con buena vista, y ella se acomodó con la intención de que yo pasara. Sentado ya, nos miramos y volvimos a sonreír, yo no podía dejar de pensar en la escena anterior, volvía esa sensación rara, para detenerme la voz, y seguir con las miradas.

Nunca tengo miedo de hablar con alguien, ni nada por el estilo; es algo a lo que me dedico, pero esto era diferente; sentí la ley de la selva, “matar, para comer y sobrevivir”, pero esto era, “hablar, para comer” o algo por el estilo, pero no podía, los signos vitales desaparecían, el cerebro se nublaba, y la respiración crecía, dejando a la imaginación deseos, que quizá ella también sintió.

Pasaba el tiempo, y no sabíamos quien se despediría primero, yo estaba rendido, acabado, por sus ojos almendrados y la sonrisa perfecta, pero llegaba la hora, faltaba una cuadra más para que le diga adiós en idioma ojos. Asenté mi voz, y dije –esquina baja- ella voltio a ver, y fue el instante esperado, de sus labios salió un –vives por aquí- y yo con toda seguridad, como si esa frase hubiera sido el calmante de mi sensación, le contesté, no, pero voy en camino a la universidad, ¿y tú?, con sutileza respondió, voy al trabajo.

El auto se detuvo, y acomodó sus piernas para que pasara, le dije chau, y respondió hasta pronto, un hasta pronto, que me dejaría pensando toda la tarde, inspiraría una historia, y dejaría un recuerdo grato, en el que dos vidas se cruzan por unos segundos, para dejar rastros profundos, en el otro.

No sé si nos volveremos a ver, pero me gustaría, no supe su nombre, ni ella el mío –no sé nada de su vida, ni ella de la mía- pero el destino nos pondrá nuevamente en la misma vereda o el mismo asiento, nuestros ojos se envolverán otra vez, en una lucha sexual, donde no se demuestra que existe el amor a primera vista, pero si la necesidad del uno por el otro, en una cita inesperada, a cualquier hora, lugar o día.